La ciudad amurallada de Ávila, declarada Patrimonio de la Humanidad, fue durante el Medievo una de las principales ciudades de Castilla gracias al comercio y a la pujante industria textil que se desarrolló en torno a la lana. En esa época, miles de cabezas de ovejas merinas atravesaban sus murallas siguiendo el trazado de las numerosas vías pecuarias, muchas de las cuales continúan protegidas en la actualidad. Una de las más importantes era la Cañada Real Soriana Occidental, uno de cuyos tramos, hoy día denominado Camino Natural de Campo Azálvaro, sigue uniendo como entonces la ciudad de Ávila con esa comarca.
La ruta comienza a las afueras de la capital, muy próximo a la carretera AV-500, que comunica Ávila con El Espinar, a la altura del punto kilométrico dos, junto a las últimas casas de la urbanización “Las Hervencias”.
A unos pocos metros del inicio del Camino se localiza un panel interpretativo con la descripción de la ruta, itinerario, distancias y puntos más sobresalientes del recorrido y, a su derecha, al fondo del paisaje, un cerro con varias antenas de telecomunicaciones.
A los pocos metros, el Camino tuerce a la izquierda, con dirección suroeste, observándose una señal de tránsito de bicicletas, tras la que continúa una suave pendiente ascendente que se adentra en una zona de encinar.
Más adelante se alcanza una terraza natural desde donde se pueden contemplar las dehesas de Aldeagordillo y del Gansino, frente a un magnífico encinar adehesado. Tras el merecido descanso, la ruta continúa descendiendo hacia un paisaje de berrocales, grandes tolmos de granito, donde el encinar se abre dando paso a un paisaje de matorral formado por cantueso (Lavandula stoechas), retama (Retama sp.) y escoba (Cytisus scoparius) en uno de los tramos más llanos del camino.
Una vez alcanzado el kilómetro cuatro, un nuevo y suave descenso de dos kilómetros conduce al visitante hacia el cercano pueblo de Bernuy- Salinero, parada obligatoria del Camino. En este tramo suele observarse el vuelo circular de buitres leonados (Gyps fulvus) y, en ocasiones, incluso algún buitre negro (Aegypius monachus). Los cruces de varios caminos anuncian la proximidad de esta localidad a la que se accede finalmente por una calleja que acaba en la plaza de la fuente, siendo éste uno de los dos únicos puntos de abastecimiento de agua en la ruta.
En el interior de su casco urbano merece la pena visitar la iglesia de san Pedro Apóstol, que conserva restos románico-mudéjares y cuyo campanario está constituido por la antigua atalaya defensiva de Bernuy. En esta localidad también resulta obligado visitar el dolmen del Prado de las Cruces, único existente en toda la provincia, así como otros trece que permanecen sin excavar, con los que compone un cementerio megalítico declarado Bien de Interés Cultural.
Una vez abandonado Bernuy, la ruta continúa sorteando la carretera AV-500 por un paso elevado de peatones y cicloturistas, desde donde comienza una bajada de cuatro kilómetros hasta el arroyo de Prado Casares. A partir de este punto el paisaje transcurre ya transformado en un páramo salpicado de encinas (Quercus ilex), donde suele ser frecuente la presencia de rebaños de ovejas entrefinas, y se puede disfrutar del vuelo de numerosos milanos (Milvus sp.), ratoneros comunes (Buteo buteo), alcaudones (Lanius sp.), así como de la presencia de córvidos y otros pequeños paseriformes, como la collalba rubia (Oenanthe hispanica) y la cogujada (Galerida cristata).
A la altura del kilómetro nueve, aparecen en el horizonte los perfiles de las sierras de la Cuesta y del Malagón, a la izquierda y derecha respectivamente del camino, en cuyas cresterías se avistan alineaciones de modernos aerogeneradores.
Una vez sobrepasado el arroyo de Prado Casares se llega a una dehesa de encinas, en la que destacan grandes ejemplares centenarios a cuyos pies se encuentran tradicionales abrevaderos para ganado y varias casetas de pastores.
El camino continúa mostrando al viajero unos singulares afloramientos de pizarra, mientras desciende hasta el cauce del estacional río Mediana, donde se puede apreciar la típica vegetación ribereña formada por sauces (Salix sp.) y fresnos (Fraxinus sp.).
Desde este punto se afronta el tramo final del Camino que, a unos 700 m antes del final, presenta sus mayores pendientes, coronadas hacia el sureste por un muladar, sobre el que los buitres vuelan constantemente en busca de alimento.
El final del Camino Natural se encuentra en el acceso noroeste de la localidad de Urraca-Miguel, donde se ubica el último de los paneles interpretativos de la ruta. En esta población, merece visitar la iglesia de san Miguel Arcángel, y refrescarse con el agua de su fuente.
Una vez completado el recorrido, el visitante puede continuar el viaje por la Cañada Real que, adentrándose en el Campo Azálvaro, discurre hasta el embalse de Voltoya o Sorones, a unos cinco kilómetros del pueblo, donde en invierno se pueden observar abundantes aves acuáticas y, en verano, algunas especies esteparias como alcaravanes (Burhinus oedicnemus) y sisones (Tetrax tetrax).
Otra alternativa posible es salir en dirección a la aldea de Ojos Albos para visitar las pinturas rupestres de Peña Mingubela, de la II Edad de Hierro, y los restos de su puente románico, en un paisaje presidido por numerosas buitreras.
En Bernuy-Salinero se encuentra el dolmen del Prado de las Cruces, un cementerio megalítico declarado Bien de Interés Cultural en 1995, que constituye un singular ejemplo de arquitectura megalítica en la provincia de Ávila.
Por su tipología corresponde a los denominados «sepulcros de corredor», así denominados por estar compuestos por una cámara circular a la que se accede por un corredor orientado al sureste, recubierto por una capa de piedras y tierra.
Este lugar de enterramiento fue edificado desde finales del Neolítico hasta principios de la Edad del Bronce, entre los últimos siglos del IV milenio y el primer tercio del II milenio a. C.
Esta vía pecuaria forma parte de una variada tipología de caminos pastoriles, definidos en función de sus anchuras, como cañadas, cordeles, veredas y coladas, siendo las Cañadas Reales las de mayor entidad, con una anchura de 90 varas castellanas (unos 75 m). Antaño eran miles las cabezas de ganado que transitaban estas “autopistas naturales” con el propósito de aprovechar pastos alternativos estacionales y buscar protección de los rigores climáticos. La progresiva desaparición del viejo oficio de la trashumancia ha puesto en peligro el rico legado natural y cultural asociado a estos caminos.
Afortunadamente, esta tendencia está cambiando gracias a los nuevos valores que se están implantando en la sociedad actual, que demanda cada vez más su uso y recuperación, no sólo para su aprovechamiento como áreas de esparcimiento al aire libre, sino también por la importancia que tienen en la conservación de la biodiversidad, al actuar como corredores biológicos que conectan espacios naturales de gran valor, y poblaciones aisladas de especies amenazadas o en grave peligro de extinción.