Este tramo de la Senda del Oso transcurre entre Santa Marina de Quirós y Ricabo, en el concejo de Quirós, situado al sur de la zona central del Principado de Asturias, remontando el valle del río Ricabo. La senda aprovecha parte del trazado del Camino Real de Puerto Ventana, vía ancestral de comunicación entre Asturias y León. Una visita en otoño permite al viajero disfrutar de la espectacular gama de colores que ofrece el bosque atlántico en esta época del año. Castaños, acebos, avellanos, robles y arces acompañan al caminante durante todo el recorrido, atravesando poblaciones con una rica arquitectura tradicional.
Para iniciar la ruta es necesario coger la carretera que sale de Santa Marina de Quirós a Lindes, hasta llegar a un aparcamiento situado unos metros antes del antiguo cargadero de carbón de El Cribu, punto de partida del ferrocarril minero que recorría en su día el valle del Trubia. La senda comienza en este punto, mediante una pista ascendente a la derecha que pronto permite al viajero disfrutar de un frondoso y denso bosque, en el que abundan entre otras especies castaños (Castanea sativa), acebos (Ilex aquifolium) y avellanos (Corylus avellana), indicadores del magnífico estado de conservación del bosque atlántico en la comarca.
Después de caminar por el paraje de La Llaera, con Santa Marina de Quirós a la vista desde los claros del bosque que lo permiten, el viajero se enfrenta pronto a un repecho de unos 370 m de fuerte pendiente, siendo este punto una de las pocas dificultades que presenta la senda, sobre todo para el tránsito en bicicleta. Superada la cuesta, la pendiente se suaviza bastante, permitiendo disfrutar en adelante del camino sin grandes esfuerzos. Después de un suave ascenso el viajero alcanza un pequeño claro desde el que es posible divisar el pueblo de Villamarcel en la ladera opuesta del valle, rodeado de prados y setos. Continuando la senda, se atraviesa una pista forestal en el paraje Los Corros, pasando junto una pequeña nave ganadera y una antigua construcción de madera en ruinas, vestigio de la actividad minera de la zona.
El camino, perfectamente señalizado en todos sus cruces, continúa adentrando al viajero en la espesura del bosque, donde conviven ejemplares centenarios de castaño con otros menos longevos. Pronto se llega a la segunda dificultad que ofrece la senda, sobre todo para los viajeros en bicicleta, pues en este punto el camino se estrecha y se convierte en una corta pero pronunciada bajada, con firme irregular, hasta llegar a la carretera de Santa Marina a Ricabo . Se debe prestar atención al tráfico rodado desde este punto hasta Rodiles, ya que es necesario cruzar la carretera y utilizar la calzada de acceso a la aldea. Una vez cruzado el río Ricabo (río profundo en latín), reconocido por la calidad de sus truchas, llegamos a la aldea de Rodiles, donde existe un antiguo molino en el que los habitantes de la comarca molían antiguamente el grano. El viajero podrá disfrutar de elementos característicos de la arquitectura tradicional, destacando la capilla de Santa Bárbara, construida en el siglo XVII y un hórreo cuya decoración es única en el concejo, con dos de las cabezas de liño talladas con forma de rostro humano de excelente calidad.
Las cabezas de liño son el inicio de los liños, vigas superiores del hórreo que encajados sobre las colondras –tablones verticales de madera que conforman la caja del hórreo- cierran por la parte superior la caja.
Para continuar el camino, es necesario tornar en el primer desvío a la izquierda, junto a un abrevadero. Un hito kilométrico marca el km 27 del camino natural (considerando el inicio del mismo en Tuñón), que remonta ahora el valle por la ladera de solana, aprovechando el trazado del antiguo Camino Real. Una suave pendiente entre praderías nos lleva hasta una curva a derecha, desde donde el viajero podrá contemplar unas estupendas vistas de Ronderos con el imponente macizo de Ubiña al fondo. En este tramo de la senda se puede observar cómo el aprovechamiento continuado por el hombre a lo largo de la historia ha transformado muchos de los bosques que habitaban en esta zona en praderías, que conservan en sus lindes restos de las especies del primitivo bosque: castaños, avellanos, robles (Quercus pyrenaica) y acebos son acompañados de rosas silvestres (Rosa sp.), zarzas (Rubus sp.), endrinos (Prunus spinosa) o majuelos (Crataegus monogyna)
Antes de alcanzar la población de Ronderos, si el viajero levanta la vista hacia la derecha, podrá contemplar la elegante silueta de la Iglesia de San Vicente de Nimbra, construida en el siglo XIX. Un pequeño repecho con firme empedrado y balaustrada de madera, nos lleva hasta el pueblo, que atravesaremos por la calle principal pasando junto la ermita de la Virgen Soberana, hasta llegar a un hórreo donde debemos girar a la derecha para continuar el camino, que transcurre ahora por el Camino del Pradal.
Dejando atrás la aldea de Ronderos, el camino transcurre por una ladera de fuertes pendientes donde prados y zonas de matorral conviven con zonas arboladas poco densas y afloramientos rocosos. El viajero pronto llega al depósito de agua de Ronderos, junto a un abrevadero donde podrá aprovisionarse de agua para afrontar el resto del itinerario y disfrutar de las espectaculares vistas que al frente nos ofrece el valle.
La senda desciende hasta la vaguada del arroyo de Valdecueva, que alimenta al río Ricabo con sus cristalinas aguas. Un pequeño puente de madera permite cruzar el arroyo y disfrutar de un bonito rincón de la senda. Tras salvar la vaguada, aparece una sencilla cabaña de piedra cubierta de teja tan típica en estas zonas de pasto. El sonido del agua y la imponente figura del macizo de Ubiña acompañarán al viajero hasta el final del camino.
Los tramos de subidas y bajadas se suceden en esta parte del camino, flanqueado de nuevo por impresionantes castaños y avellanos, que en otoño ofrecen al viajero un espectáculo de color digno de contemplar y cuya sombra en verano a buen seguro agradecerá el senderista. Estas densas zonas forestales cobijan varias de la especies más representativas de la fauna asturiana, como lobos, zorros, tejones, ginetas, ardillas, jabalíes, urogallos, incluso osos en sus partes más altas, además de varias especies de mustélidos y roedores.
Así llegamos hasta la fuente de la Cruz, antes de la cual el viajero deberá desviarse a la izquierda para tomar una bajada sinuosa y empedrada por uno de los antiguos caminos carreteros de la comarca. Durante esta bajada y hasta llegar a las primeras viviendas de El Pradal, la circulación en bicicleta vuelve a complicarse. Posteriormente continúa el descenso, ya por calles hormigonadas, sin ninguna dificultad hasta alcanzar la carretera de Ricabo, donde finaliza el recorrido. En esta pequeña localidad se encuentra la Iglesia de San Bartuelu, de origen medieval, cercana al área recreativa de El Mansu, que cuenta con una bolera profesional donde se celebra en agosto un renombrado campeonato de bolos.
El Parque Natural de Las Ubiñas - La Mesa, localizado en el sector más meridional de Asturias, ocupa una superficie de 32.630 ha entre los municipios de Teverga, Lena y Quirós, limitando al sur con la provincia de León. Se trata de un territorio de montaña caracterizado por un relieve de grandes contrastes, cuyas cotas más elevadas se localizan en los límites con León, donde se ubica el macizo de Peña Ubiña, segundo macizo montañoso más alto de Asturias, después de los Picos de Europa, con cotas superiores a los 2.400 m.
La diversidad y el buen estado de conservación que presenta la vegetación, se pone de manifiesto en la gran superficie ocupada por bosques maduros, entre los que destaca el hayedo como formación boscosa dominante, seguida de robledales, carbayedos y abedulares. La abundancia de prados y pastos deja patente la importancia que a lo largo de los tiempos ha supuesto la ganadería para la economía local.
La rica masa forestal acoge en su interior varias de las especies más emblemáticas de la fauna asturiana y cantábrica, como el lobo, el jabalí, el zorro, la gineta, el corzo o el ciervo, siendo uno de los pocos lugares donde aún es posible contemplar el oso pardo (Ursus arctos) o el escurridizo urogallo cantábrico (Tetrao urogallus). Entre las aves destacan el águila, el buitre o el halcón peregrino. La nutria y el desmán que habitan en los numerosos cursos de agua que surcan el Parque, denotan la excelente calidad de sus aguas.
En los núcleos urbanos enclavados dentro de los límites de este espacio natural, se puede disfrutar aún de la riqueza arquitectónica y etnográfica de la zona, ya que gran parte de la artesanía, gastronomía y tradiciones ancestrales, han perdurado en el tiempo hasta el día de hoy.
A lo largo del recorrido se pueden contemplar varias de las construcciones más representativas de la comarca, una de ellas es el hórreo, símbolo inequívoco de la identidad asturiana. Se trata de una construcción normalmente de planta cuadrada con cubierta a cuatro aguas, construida a base de piezas desmontables y transportables de madera, excepto la cubierta, que puede ser de teja o elementos vegetales.
Se encuentra aislada del suelo mediante pilares (pegoyos), manteniendo así la construcción a salvo de la humedad e impidiendo la entrada a la cámara de roedores y otros animales, lo que permite su utilización como granero o zona de almacenaje de diversos productos comestibles, incluso como habitación. El espacio que queda entre los pegoyos (solhorru) es utilizado habitualmente por los habitantes de la comarca como zona de almacenaje de leña o aperos de trabajo. Antiguamente este espacio servía también para celebración de reuniones vecinales y fiestas populares.