El regadío es un sector estratégico en nuestro país, puesto que su contribución es fundamental para garantizar alimentos suficientes y sanos a la población, en unas condiciones climáticas de irregularidad en la distribución de lluvias, agravadas por el cambio climático. Además, la agricultura de regadío es una herramienta imprescindible para combatir la despoblación de las zonas rurales, ya que la disponibilidad de agua para riego modifica sustancialmente las posibilidades de desarrollo de una zona.
Si bien el agua es un recurso básico para los distintos sectores económicos, para la agricultura adquiere especial importancia, y más en climas como el mediterráneo, donde su baja disponibilidad condiciona las producciones agrarias. En España, existe una tradición histórica en el aprovechamiento y gestión del agua para el regadío, siendo éste uno de los elementos fundamentales de nuestra agricultura, y haciendo que la actividad agraria en España no se pueda concebir sin el regadío.
Según los últimos datos de la
Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos (ESYRCE) del MAPA, en el año 2021 se regaron en España 3.862.811 ha de un total de 16.902.423 hectáreas cultivadas, lo que supone un 22,85 % de la superficie total cultivada; mientras tanto, las producciones obtenidas del regadío supusieron un
65% de la producción final vegetal, siendo estas producciones fundamentales para el
sector agroalimentario español.
Esta superficie de regadío coloca a España como el primer país en superficie de regadío de la Unión Europea y el primer país a nivel mundial en superficie de riego localizado, debido a que el 52,69% de la superficie total regada se lleva a cabo por este tipo de sistemas, mientras que a nivel mundial, solamente un 6% de la superficie total regable cuenta con sistemas de riego localizado.
Por su parte, el riego por aspersión está presente en el 14,84% de la superficie regada y el automotriz en el 8,41% de la misma. Esta evolución hacia sistemas de riego más eficientes ha tenido lugar tras los grandes planes de modernización de regadíos, llevados a cabo desde el MAPA en los últimos 20 años, que han tenido como consecuencia la disminución de la importancia del riego por gravedad, hasta suponer actualmente un 24,06% de la superficie regada de nuestro país.
Los planes de modernización más importantes en los últimos años han sido fundamentalmente el
“Plan Nacional de Regadíos Horizonte 2008” (2002-2008), aprobado mediante el Real Decreto 329/2002, de 5 de abril, y teniendo por finalización del horizonte de programación el 31 de diciembre de 2008, y el comúnmente conocido como
“Plan de Choque” (2006-2007), aprobado por Real Decreto 287/2006, de 10 de marzo, por el que se regulan las obras urgentes de mejora y consolidación de regadíos, con objeto de obtener un adecuado ahorro de agua que palie los daños producidos por la sequía.
Con la ejecución de ambos planes se modernizaron en nuestro país 1,5 millones de hectáreas y se transformaron 200.000 hectáreas más. La inversión pública ascendió a 3.000 millones de euros en actuaciones de modernización y aproximadamente 850 millones de euros en actuaciones de transformación. Con esta mejora de las infraestructuras de riego, se ha logrado modernizar el 76% de la superficie de regadío de nuestro país, lo que ha supuesto un ahorro de agua anual de 3.000 hm3, según datos del Plan Nacional Horizonte 2008.
El resultado de estos grandes planes se han traducido en áreas de riego más tecnificadas, en las que se han incorporado nuevas tecnologías, resultando así unos regadíos más preparados para los desafíos del futuro. Desde un punto de vista medioambiental son regadíos más sostenibles por cuanto utilizan menos agua, fertilizantes y fitosanitarios.
La modernización de los regadíos es el mejor aliado para hacer posible que la agricultura tenga un papel activo en la reducción de los Gases de Efecto Invernadero (GEI), ya que permite incorporar precisas técnicas de fertirrigación que incrementan la productividad del suelo con menor cantidad de agua y fertilizante a la vez que se reduce la contaminación difusa de los acuíferos.
La fertirrigación en la modernización de regadíos, reduce en un 30% la cantidad total de fertilizantes, disminuye en un 35% el coste para el productor (disminución por menor cuantía y ahorro de la aplicación), e incrementa las cosechas un 15% solo por factor agua y abono. Esto convierte a la fertirrigación en una herramienta para combatir y mitigar los efectos del cambio climático pues consigue una disminución directa de la energía necesaria para la fabricación de los fertilizantes así como una disminución de un 20% en la emisión de óxido nitroso (GEI).