En la antigua Grecia el olivo era un símbolo de la inmortalidad, de la vida, de la victoria, de la fertilidad y de la paz. Sus ramas transmitían un mensaje de paz y tolerancia, considerado inmortal por su capacidad de rebrotar una vez talado o podado.
Cuenta la leyenda que Atenea (diosa de la guerra, de la civilización, de la sabiduría, de la estrategia en combate,…) y Poseidón (señor de los océanos y de los mares) rivalizaban por ser los patronos de la ciudad creada por el rey Cecrops. Esta rivalidad llegó a tal punto que Zeus se vio obligado a intervenir, imponiendo una prueba a los dos contendientes, el vencedor sería el que alcanzaría, finalmente, los honores.
En primer lugar actuó Poseidón, clavando su tridente sobre una roca hizo brotar un manantial de agua salada (en otras versiones se dice que de la roca surgió un caballo). El agua que brotó del manantial estuvo a punto de inundar la ciudad, y además, los ciudadanos protestaron porque el agua salada estropeaba las tierras de cultivo.
En segundo lugar actuó Atenea, quien golpeando la roca con su lanza hizo aparecer un regalo a todas luces más práctico ya que brotó un olivo. Un olivo del que obtendrían aceite para alimentarse, para iluminarse, para elaborar perfumes y jabones, etc. por lo que decidieron poner a su ciudad bajo la protección de la diosa. La ciudad tomaría el nombre de Atenas.
El olivo que hizo surgir la diosa se conservaba en la Acrópolis de Atenas, detrás del Erecteion.